En cuanto los reflectores de la pregunta llegan a las ideas sobre el mal que tenemos se descubre una cosa: sabemos muy poco sobre este concepto. Se trata de una de esas palabras que aparecen muy fácil en nuestro vocabulario. Que nos acompañan todos los días y que usamos con soltura. Me hizo mal, eso está mal, esa persona es mala. Detrás de cada una de esas frases hay diferentes ideas sobre el mal que dejan ver la complejidad del asunto. Mal como alteración de un equilibrio, mal como incorrección o inadecuación, mal como adjetivo que califica a una persona. ¿Hay algo en común detrás de estas ideas?
Con el mal pasa como con el tiempo en la famosa sentencia de san Agustín: «¿Qué es, pues, el tiempo? Si nadie me lo pregunta, lo sé; pero si quiero explicárselo al que me lo pregunta, no lo sé.» Puede decirse exactamente lo mismo con el mal: ¿Qué es, pues, el mal? Si nadie me lo pregunta, lo sé; pero si quiero explicarlo no lo sé. Esto nos dice ya algo de la naturaleza intuitiva y vital de este concepto. Lo reconocemos, sabemos que está ahí, pero no es sencillo de aprehender cuando queremos mostrarlo de manera clara y distinta. De aquí que acudamos a las ideas del filósofo francés Paul Ricoeur nos ayuden a dar forma la reflexión en torno a estas ideas del mal que nos acompañan.
Las ideas sobre el mal y el pecado
Dando un vistazo a las ideas sobre el mal es muy común que se dé el salto a la noción de pecado. En cuanto empezamos a hablar de «el mal» su personificación se nos impone. Pero antes de llegar a los rostros del demonio habría que atender a lo que puede entenderse por pecado. Escuchamos a Ricoeur: «aquello por lo que la acción humana es objeto de imputación, acusación y reprobación». Pero este señalamiento, esta acusación y reprobación, deben darse en función de un código ético determinado. Se trata de una violación de un código que rige en una determinada comunidad. Así que lo que hay detrás de este tipo de ideas sobre el mal es la inadecuación, la desviación de un conjunto de reglas establecidas para el comportamiento y la convivencia. Esto sin entrar en lo que implica la obediencia de estas normas para otorgar un sentido de pertenencia a la comunidad.
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No puede dejarse de subrayar que al hablar de pecado no necesariamente se habla de un pecado religioso. Incluso si este fuera el caso hay acciones más o menos reprobables. El pecado en el mundo clásico no va más allá del error o la falta. Aunque tienen en común con la noción religiosa que son sujetos de castigo. Aquí es donde podemos conectar con otra de las ideas sobre el mal: su relación con el sufrimiento. Pero antes de dar el salto retengamos el hecho de que el mal en su relación con el pecado implica una acción de un sujeto, es decir, se enfatiza en este sentido que el mal ha de ser realizado, llevado al acto. ¿Será lo mismo cuando pensamos en el mal como sufrimiento?
El sufrimiento en el contexto de las ideas sobre el mal
El castigo impuesto a quien ha cometido una desviación del código vigente le genera un sufrimiento. Él ha hecho el mal y ahora le hacen el mal como manera de pagar la deuda adquirida, de lavar su culpa. Esta cercanía de deuda y culpa ha sido explorada por Nietzsche en su Genealogía de la moral. Pero entonces el sufrimiento es esencialmente distinto del pecado. Este último se realiza, el otro se padece. Uno implica una actitud activa, mientras que en el otro el sujeto es pasivo y receptor del mal. De aquí que el pecador pueda jactarse de su acción disruptiva, mientras que el que sufre no puede sino lamentar su suerte y situación. En este par de elementos el mal nos muestra una interesante doble cara.
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Pero demos la palabra de nuevo a Ricoeur: «El sufrimiento opone a la reprobación la lamentación; porque si la falta hace al hombre culpable, el sufrimiento lo hace víctima: contra esto clama la lamentación». Cometer una falta, es decir hacer el mal, nos pone en el horizonte de la culpa. Pero el mal hecho parece conectarse sin mayor mediación con una deuda contraída que debe saldarse. El mal que se hace recibe un mal como castigo. Una idea sobre el mal que no solemos cuestionar. Aunque, visto con detenimiento, se trata de hacer del pecador una víctima del castigo. Una víctima de sus propios actos, puede decirse, pero eso significa que se excusa al verdugo mostrando una faceta positiva del mal en tanto que modo de resarcir una deuda contraída con la comunidad.
El mal como nada positiva
Dejemos aquí las notas que hacemos de la mano de Ricoeur para reparar en un elemento interesante de las ideas sobre el mal. Definir este concepto de manera negativa es una vía muy sencilla: el mal es la ausencia de bien. Ahí donde no hay bien es donde encontramos el mal. Pero hemos dicho antes que el mal se hace, pueden realizarse actos de maldad. Unir ambas ideas nos llevaría a pensar en una nada que se actualiza, una nada que se hace algo en el mundo, que adquiere una forma determinada. La ausencia de bien es una acción, un hacer, un ejercicio que ha de pensarse y tenerse en cuenta. De aquí las grandes palabras de Trías:
Es preciso ensayar una reflexión que, manteniendo la premisa de que el mal es nada, pueda concebir ésta como una nada existente, dinámica, positiva (a la vez sustantiva y verbal); como aquella fuerza o potencia que arrebata el ser (la esencia) al mundo, a su habitante, a las cosas, o como un huracán o un azote, o una tormenta desertizadora, capaz de arrancar de cuajo toda configuración, todo logos, todo espacio de esencia y de sentido. Es preciso, pues, repensar radicalmente lo que entendemos por no ser. Éste es una potencia positiva existente cuya raíz debe hallarse en el carácter dislocado, siempre en falta, del propio ser (en tanto que ser). Eugenio Trías
Sin duda una de las ideas sobre el mal que más nos da para pensar. Esta posibilidad de una nada activa, de una nada que muestra su potente rostro en tanto corroe lo que hay apoderándose del espacio. Una manera de decir que aunque el mal es una ausencia de bien se trata de una ausencia existente. Inmejorable muestra de las paradojas que se abren ante este enigmático concepto que demanda nuestra atención. Pero, por ahora, hasta aquí dejamos las notas.
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Hola Carlos
Esta reflexión salta por los aires con la actuación del Tribunal Supremo español en el caso de las hipotecas.
Sabiendo que actúan mal y que perderán cuando estos asuntos lleguen a Bruselas, no tiene el menos pudor en actual en contra de toda racionalidad.
Un abrazo
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Mi querido ratón, estuve valorando el dedicar esta entrada precisamente a ese tema pero, como bien dices, creo que no hemos visto el final de la historia todavía. En todo caso, el asunto nos muestra otro aspecto del mal que es sumamente interesante. Los votos en este caso, y en teoría, se hacen pensando en la justicia más que en el bien y el mal. Me queda claro que la valoración no era sencilla. Pero al final tenemos 15 votos que deciden y hacen el mal para unos y el bien para otros. Luego llevamos eso al suelo firme de la realidad y resulta que el bien es para unos pocos (los de siempre) y el mal para los demás (también los de siempre). Me indigna igual que a ti, pero tengo que ser fiel a mi vocación y suspender ese juicio personal para pensar mejor el asunto. Y como no conocemos el final de la historia todavía creo que es mejor esperar. Mientras tanto me quedo con esa nota sobre una nueva paradoja: una misma acción puede hacer el bien a unos y el mal otros al mismo tiempo. ¡Abrazo roedor!
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