Septiembre de 2017 será recordado por la implacable fuerza de la naturaleza en sus más devastadoras manifestaciones. Huracanes y terremotos asolaron el continente americano y las islas del Caribe. Pero la naturaleza misma muestra sus capacidades a través de ese ser variopinto que es el humano. La fuerza destructiva se compensa con la voluntad de ayuda y reconstrucción de los habitantes de este planeta. La fuerza ciudadana emerge ahí donde los vientos soplan con fuerza y el suelo se sacude sin piedad. Desde aquí no puedo sino refrendar mi solidaridad con todos los pueblos que han sufrido por el embate de la naturaleza. Particularmente, por supuesto, con mi querido México.
Por si fuera poco, octubre comenzó con una muestra del lado más intolerante de lo humano. Los acontecimientos en Cataluña llenaron de indignación al mundo. El llamado al diálogo, a restablecer la cordura y la razón como guía en la resolución de conflictos y diferencias, es un imperativo en estos momentos. Ya sea ante las fuerzas de la naturaleza o ante la no siempre bien intencionada torpeza humana, la fuerza ciudadana ha dado grandes ejemplos de solidaridad, voluntad de reconstrucción y tolerancia. El ciudadano de a pie ha demostrado que es en él donde podemos encontrar la semilla de la esperanza. Es en la fuerza ciudadana donde se encuentran los auténticos cimientos de la sociedad. Es en momentos como así que recordamos con cada milímetro de piel el sitio donde se encuentra la verdadera piedra de toque de todo sistema o estructura. Nos llama desde dentro. Nos conmueve hasta las lágrimas.
Gracias a la fuerza ciudadana
Hoy diré poco porque las historias de verdad se han escrito en las calles. En México buscamos entre los escombros algo más que el cuerpo de un ser querido. Ahí ha quedado escrito con sangre el costo de la corrupción. Pero no solamente el polvo se levanta, sino también el puño de una sociedad que demanda silencio a quienes hoy no atinan a dar explicaciones. Se pide silencio para escuchar fuerte y claro que el corazón del país late. Nos levantaremos a pesar de todo y de todos los que han puesto su ambición personal antes que la vocación de servicio. En Cataluña, mientras tanto, las calles se llenan de un grito que reprocha la violencia, que se pone de pie para decir: ¡así no! Y ahí vamos. Deshaciendo los nudos en la garganta ante las imágenes de un desconocido que salva una vida, de un español que entiende la injusticia y recibe un abrazo catalán como recompensa, de una fuerza ciudadana que es la voz de esperanza.
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Gracias a todas y todos los que han puesto sus manos para levantar piedra a piedra un país. Gracias a todas y todos los que no se han callado ante la violencia. Gracias a quienes guardaron silencio para encontrar al que podría ser su amigo, su vecino, su fiel compañía. Gracias a quienes una vez más nos recuerdan el valor y la fuerza ciudadana. Gracias a quienes anteponen el diálogo y la tolerancia a la violencia. Aquí comparto una muy personal manera de agradecimiento a través las letras. Fue escrito para mi país, pero hay líneas donde bien podría cambiarse la zona geográfica sin alterar el sentido y resultado. Gracias de nuevo y gracias mil veces.
Érase una vez…
Llegaron descalzos. Algunos llevaban sombrero y una sonrisa casi sin dientes. Llegaron contando monedas y deshaciendo nudos para dejar unas cuantas prendas. Tienen poco. Son los olvidados, los que viven en las cifras de la extrema pobreza. Pero les sobra corazón. Saben mejor que nadie lo que es perderlo todo. Por eso no dudan en dejar sobre la mesa un gramo de esperanza, un abrigo tejido con el aliento que hoy a todos nos falta.
Se pusieron botas, un chaleco y unas gafas incómodas. Su olfato fue la vista que nos falta. Su oído está orientado a la vida incluso ahí donde el gris del concreto es amo y señor del panorama. No son la prioridad cuando la tierra tiembla. Son los que no saben de nada más que del presente y por eso buscan ahí, ahora, sin mañana. Ellos también sufren este hoy que nos desgarra. Son seres de cuatro patas que ponen sus sentidos al servicio de una búsqueda desesperada.
Llenaron las calles. Son los sin nombre, los que buscan con las manos, con su espalda y con la voluntad que nada sabe del cansancio. Mujeres y hombres, anónimos guerreros. Con las manos desnudas enfrentaron los escombros, resistieron la lluvia, superaron el sueño y el hambre. Eran los que no tenían tiempo de una cámara porque había una piedra y otra, y otra, y otra, y el tiempo. Eran los que decían canta y no llores, los que dan forma al sepulcro de honor prometido.
Son los que alzaron el puño para invocar el silencio. Los que descubrieron en él el sonoro rugir de una nación. Eras tú, era yo. Era el rostro desconocido del metro, la sonrisa del niño en su cara morena. Era el sonido de una campana recolectora, el sudor del que carga en sus hombros nuestra agua. Era el soldado que no podía contener el llanto. Era el anciano con las manos llenas de historias. Era el estudiante, el que está acostumbrado a buscar oportunidades. Era la fuerza imparable de un gesto de ayuda. Eramos todos, era México.
Llegaron de todas partes. Escribieron su nombre en el anonimato y en el viento se escuchaba México.
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Ya están empezando a crearse iniciativas ciudadanas para hablar todo lo que no hablan los políticos.
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Mi querido ratón, estoy seguro de que el diálogo tiene en la fuerza ciudadana su mejor hogar y protección. Eso es lo que llena de esperanza, aunque no nos haría mal encender esa llama con un poco más de frecuencia. Sin caer en la utopía de la llama eterna, pero sí al menos cada que se nos llama a cumplir con la obligación del voto. Lo veremos en los porcentajes de votación en el futuro. ¡Abrazo roedor!
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Es desgarrador el desastre que la violencia hace en su paso indetenible. Esta es natural o social, la naturaleza nos demuestra su potencia cuando en tan solo algunos segundos produce la devastación, pero las sociedades han demostrado que su acción es más destructora que la naturaleza y detrás de ellas siempre hay un signo político, que obedeciendo los deseos de alguien y de sus propios intereses particulares logra avasallar el colectivo. La historia está repleta de sucesos que no se cansan de repetirse, pareciera que somos piedras rodantes, no vemos el desgaste ni la fractura, tan solo insistimos en hacer lo que el fracaso ya hizo. SOS Venezuela.
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¡Saludos! Muchas gracias por tu comentario. En lo humano, como parte de la naturaleza, convive esa capacidad de destrucción con la de creación y reconstrucción. Por eso creo que en lo que hemos visto en estos días hay también una semilla de esperanza. Bien dices que la historia está llena de eventos que se repiten, de ese ciclo en el que lo destructivo y lo constructivo se alternan. Así que no queda sino pensar el presente con el pasado como consejero y el futuro aclarándose cada vez más en el horizonte. Desde aquí un abrazo solidario también para Venezuela y su hermosa gente que son una muestra más de la gran fuerza ciudadana que sin duda tendrá su recompensa. ¡Más saludos!
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