La palabra diagnóstico pertenece casi en exclusiva al campo semántico de la medicina. Sin embargo, su historia sigue caminos diferentes desde un punto de vista etimológico. Mientras que toda la tradición griega se encuentra detrás de la palabra diagnóstico, son los latinos los que han dado forma a lo que hoy entendemos por medicina. Atender al sentido de estas palabras nos dará el marco en el cual el diagnóstico puede entenderse en el contexto de una terapia a base de preguntas o erototerapia. Un paso más en la definición de lo que es el acompañamiento filosófico y lo que puede aportar a nuestro día a día.
Iniciemos el recorrido pervirtiendo la cronología. Vamos entonces primero a la tradición latina para comprender mejor ese territorio donde hoy el diagnóstico encuentra su mayor número de aplicaciones. La medicina tiene en su seno la palabra latina mederi que significa cuidar, curar o tratar. El sufijo -ina indica «materia de», por lo que la medicina es precisamente la materia de aquel que cuida, cura o trata. Como puede verse la cura y el cuidado son elementos que están en el centro de esta actividad. Pero esto es algo que refiere también a la therapia griega que, como vimos en un primer abordaje del acompañamiento filosófico, tiene tanto el sentido de estar al servicio como el de curar y cuidar. La erototerapia, precisamente, destaca el hecho de que las preguntas están al servicio de la persona para su atención y cuidado.
Medicina, moderación y equilibrio
Habría que decir que el cuidado sería el nombre más adecuado para un gran conjunto de saberes y prácticas, el punto más general donde pierden la especificidad de su hacer. Aunque en él encuentren un isomorfismo, es decir, una cercanía en la forma que no lleva necesariamente a una igualdad en los resultados. En otras palabras, tanto el acompañamiento filosófico como la medicina procuran el cuidado, aunque sigan para ello caminos y prácticas divergentes. Pero podemos decir algo más todavía si nos dejamos guiar por las palabras y su historia. La palabra medicina se relaciona con la raíz indoeuropea med- que refiere a la acción de medir o tomar medidas adecuadas. Es así que la medicina se encuentra dentro de familia de palabras como moderación, modestia y meditación.
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Esto simplemente es un reflejo de una idea básica que piensa la salud como un equilibrio. Para los griegos antiguos el médico era aquel capaz de equilibrar los humores que nos componen (sangre, flema, bilis negra y bilis amarilla). La enfermedad es una pérdida de equilibrio ante la cual es necesario tomar las medidas adecuadas para retornar al estado original. De aquí que la moderación y el equilibrio tengan una cercanía fundamental. La medida adecuada es tanto el remedio como la consigna o la prescripción constante. El exceso es la vía hacia el desequilibrio que acabará por descomponer el orden o, como dirá posteriormente Hipócrates, alterará la physis.
Diagnóstico, conocimiento y narración
En todo lo anterior suponemos ya que el médico tiene la técnica para conocer y tratar la enfermedad. El orden aquí es esencial: primero se conoce y después se trata. Es precisamente aquí donde el diagnóstico entra en juego. La palabra diagnosis en griego es literalmente distinción o discernimiento. Puede entenderse también como el medio o capacidad para distinguir o discernir algo. No por nada la palabra gnosis (conocimiento) se hace presente. Es una verdad de perogrullo decir que para tratar hay que conocer primero. Pero no lo es tanto si pensamos en que dependiendo de la forma en que nos acercamos a conocer algo podemos dispensarle un tratamiento u otro. Además no es lo mismo conocer en una lógica que busca siempre causas y efectos que en una abierta a posibilidades más allá de esta secuencia propia de una cierta forma de hacer ciencia, es decir, de desarrollar el conocimiento.
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Aquí, de nuevo, una raíz indoeuropea nos llama la atención, a saber, la raíz gno- que nos indica una peculiar vecindad entre el (g)noscere y el (g)narrare. En efecto, el conocer y el narrar tienen en su origen un punto en común. El narrare latino no es sino un hacer conocer a alguien sobre algo. Cuando referimos o damos cuenta de un suceso nos encontramos entretejiendo una narración que es, sin duda alguna, una manera de hacer conocer. El diagnóstico, por tanto, es un conocer que se expresa en una narración que ayuda a distinguir y discernir el malestar. De aquí que el método de diagnóstico del acompañamiento filosófico sea el diálogo, es decir, una narración en forma de diálogo que ayuda a distinguir y discernir una inquietud o problema vital y existencial. En esta narración, por supuesto, el principio no necesariamente se confunde con la causa y el final tampoco tiene que corresponderse con el resultado. Otro tipo de principios entran en juego cuando hablamos de un diagnóstico como acercamiento a la narración detrás de una inquietud vital.
El diagnóstico en el acompañamiento filosófico
Dice Lou Marinoff en Más Platón y menos Prozac que «muchas personas están cayendo en la cuenta de que la pericia filosófica abarca la lógica, la ética, los valores, los significados, la racionalidad, la toma de decisiones en situaciones conflictivas o arriesgadas; en suma, toda la inmensa complejidad que caracteriza la vida humana». (p. 17) Acuden entonces al filósofo en busca de las herramientas para poder expresar su inquietud, es decir, para darle la narrativa apropiada para poder dar cuenta de ella. El mismo Marinoff dice que buscan más un diálogo que un diagnóstico. Pero esto solamente tiene sentido si permitimos que el diagnóstico quede exclusivamente dentro del contexto médico.
«Mi trabajo consiste en ayudar a las personas a comprender con qué clase de problemas se enfrentan y, mediante el diálogo, desenmarañar y clasificar sus componentes e implicaciones. Les ayudo a encontrar las mejores soluciones: un enfoque filosófico compatible con su propio sistema de creencias y, al mismo tiempo, en consonancia con principios de sabiduría consagrados que contribuyen a llevar una vida más virtuosa y efectiva. Trabajo con mis clientes para identificar sus creencias (proponiéndoles la sustitución de las que resultan inútiles) y explorar cuestiones universales relacionadas con el valor, el significado y la ética». Lou Marinoff
En definitiva, el filósofo que realiza un acompañamiento dialoga con la intención de conocer mejor el sentido y significado de una inquietud. No pretende etiquetar para lanzar el tema al archivo correspondiente. Toma con completa seriedad los temas incluso donde la paradoja parece reinar. Su intervención diagnóstica, de hecho, puede resultar crucial para derivar al consultante al profesional de turno para que ponga en práctica la cura pertinente. Pero este no es su principal objetivo. Sí lo es, en cambio, realizar ese acto de conocimiento con respecto a la inquietud que puede llegar a inmovilizar al sujeto. Distinguir claramente un objetivo o simplemente el sentido de una situación problemática es ya una labor diagnóstica que nos llevaría a la siguiente afirmación de Marinoff: «Es el diálogo, el intercambio de ideas en sí mismo, lo que resulta terapéutico». En el acompañamiento filosófico como erototerapia el conocer es una forma fundamental de meditación y cuidado.
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Prefiero el relato a la narración. El relato te relaciona con lo que te rodea.
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Mi querido ratón, en este caso la narración es la que aparece de acuerdo a la etimología. Pero el relato es parte inseparable de la narración. Así que el relato de nuestra propia historia está presente en el proceso. ¡Abrazo roedor!
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