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Seguramente la primera reacción que puede tenerse ante el término acompañamiento filosófico es una de cierta sorpresa: ¿qué es el acompañamiento filosófico? Como bien señala Mónica Cavallé, la filosofía no solamente ha sido una forma de reflexión eminentemente teórica, sino que también se le puede ver como un «arte de vida, como un camino para vivir en armonía y para lograr el pleno autodesarrollo» (La sabiduría recobrada, p. 12).  Si ampliamos el horizonte de lo que la palabra ‘filosofía’ suele traernos a la mente podemos comprender mejor lo que se entiende por acompañamiento filosófico: una vía de autodescubrimiento que acompaña a la persona en un viaje a través de sus propios principios.

Si bien hay que decir que la propia Cavallé se decanta más por la expresión asesoramiento filosófico con lo que denomina un enfoque sapiencial. Pero no es ahora el momento de realizar un análisis de los enfoques que puede tener este rostro práctico y aplicado de la filosofía. Me interesa más bien explorar ese territorio de frontera entre el acompañamiento filosófico y la psicología. Particularmente considerando los conceptos de cura, cuidado y terapia. La premisa es la misma de la que hemos hablado antes: ampliar el horizonte para recuperar el sentido que estos conceptos tienen más allá del uso común que les damos. Aunque debe quedar claro desde ahora que el acompañamiento filosófico no es un sustituto de un seguimiento o terapia psicológica ni mucho menos psiquiátrica.

Acompañamiento filosófico como cura

La palabra latina cura tiene dos posibles sentidos: el del cuidado y la ocupación y, por otro lado, el de un encargo para administrar una cosa pública. Este último es precisamente el que termina llevándonos a la palabra cura como sinónimo del encargado de gestionar una comunidad religiosa. En el primer sentido habría que decir que el acompañamiento filosófico se entiende bien con la noción de cura como ocupación y cuidado de uno mismo. Se trata precisamente de descubrir en compañía y a través de un diálogo las propias ideas, valores, creencias y principios para ocuparse de ellas. ¿En qué sentido nos ocupamos de estos elementos? Lo primero es haciéndolos emerger, dándoles su lugar en nuestro esquema y visión del mundo para comprender mejor nuestras motivaciones para la acción o para la inacción.

Acompañar para descubrir ideas, valores, creencias y principios. - tuitéalo    

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Pero algo hay también de la segunda de las posibilidades. El acompañamiento filosófico es una invitación a una mejor gestión de nuestra persona. - tuitéalo     El asesor filosófico o acompañante es en este sentido alguien que asume este ejercicio con una cierta responsabilidad pública. Una vida más armónica, más auténtica en la medida en que se gana en claridad con respecto a los propios principios, tiene inevitablemente un impacto público. Mejorar un estado anímico es colaborar a que el tejido social tenga también un mejoramiento. En esta medida cobra sentido el denominar a este ejercicio como un acompañamiento. El consultante pide compañía para un proceso de autoconocimiento.

Mientras que el acompañante pone sus herramientas al servicio de esta petición buscando también mejorar la compañía en un nivel más amplio y global. Se siembra en el consultante la semilla para ser él mismo un mejor acompañante en su entorno. Lo social y lo colectivo se engarzan en este ejercicio marcando una doble vía. El acompañamiento filosófico, entonces, no se ocupa en exclusiva de una cura del alma, sino que a través de la atención y el cuidado de una persona expresa también un compromiso con su entorno social. Es en esta medida que puedo estar de acuerdo con Nacho Bañeras y su propuesta de cura sui.

El cuidado y la reflexión

La cura, entonces, es esencialmente un cuidado. Nótese que no se dice nada acerca del remedio, la salida o algo semejante a una solución. Dar una cura es en este contexto simple y sencillamente una invitación al cuidado. La palabra cuidado deriva del latín cogitatus que significa reflexión o pensamiento. De aquí que el acompañamiento filosófico sea esencialmente una manera de pensar y reflexionar, de poner atención sobre nosotros mismos. Se trata de realizar una mirada profunda sobre nuestros principios y valores. Pero el ejercicio no se limita a una mera contemplación, sino que el cuidado implica también un poner en movimiento. Agitar, llevar adelante, entrar al campo de la acción a partir de aquello que hemos puesto en marcha a través del cuidado.

El cuidado se da cuando se presta atención a lo hasta entonces invisible. - tuitéalo    

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El mismo Bañeras nos habla de esta noción de cuidado a partir de las ideas de Leonardo Boff: «mienta el poner atención, pensar, mostrar interés, manifestar una actitud de desvelo y de preocupación» (La cura de sí o el cuidado filosófico, p. 178). La reflexión con respecto a lo que nos inquieta pone los reflectores del pensamiento sobre el problema. Al arrojar luz sobre ello podemos vernos cara a cara para tratar con el corazón de la inquietud. Se comienza así un camino de mejora, de cura en el sentido de ocupación. Desvelar para ocuparse, este podría ser el lema de un buen acompañamiento. - tuitéalo     La reflexión y el pensamiento como herramientas para poner en marcha aquello que se ha quedado estancado, que impide el seguir adelante de manera armónica.

Acompañamiento filosófico: las preguntas como terapia

Queda entonces saber que el acompañamiento tiene una herramienta fundamental: las preguntas. ¿Cómo se construye el conocimiento? Acabamos de dar una muestra: preguntando, indagando, recibiendo la reflexión con los brazos abiertos. Las preguntas van marcando un sendero que nos lleva cada vez más cerca del corazón de las tinieblas. - tuitéalo     Son ellas la herramienta fundamental del acompañamiento filosófico. Esto quiere decir que es a través de las preguntas que tratamos con la inquietud, el conflicto o el miedo. En la medida en que son el instrumento para tratar la demanda del consultante es que podemos hablar de ellas como un tratamiento, es decir, como terapia en su sentido etimológico.

Las preguntas como herramientas para tratar un tema constituyen la erototerapia. - tuitéalo    

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Como bien ha mostrado Giorgio Nardone, el diálogo estructurado de manera estratégica es un importante legado de la filosofía antigua. Ya desde Protágoras que «enseñaba y practicaba un relativismo cognoscitivo, no moral, sosteniendo que el sabio, con las armas del discurso y de la elocuencia, dirige al interlocutor hacia lo que es más correcto para él y más útil para su devenir» (El diálogo estratégico, p. 13). Algo que está justamente en la línea de lo que pretende el acompañamiento filosófico. Mostrando, entonces, que responde a una actividad que se encuentra en la raíz misma de la filosofía. Las preguntas, el alma de la filosofía, pueden ponerse al servicio del autoconocimiento para tratar con las inquietudes personales más profundas. Es en esta medida que podemos hablar del acompañamiento filosófico como una erototerapia: terapia a través de las preguntas, ocuparse de un problema con un diálogo que tiene en la filosofía su base y fundamento.

Filosofía, buena compañera

Como ya puede intuirse la filosofía, y sus herramientas tanto epistemológicas como metodológicas, pueden tener una importante vecindad con ciertas formas de terapia desarrolladas desde la psicología. La intención del acompañamiento filosófico cobra aquí otro sentido importante: la filosofía puede acompañar estas terapias, puede ser un paso adicional que colabore con el retorno a un mínimo de armonía en la estructura de la persona. No se trata, por tanto, de suplantar o de una vieja disputa por un territorio que ahora viene a ser reclamado. El acompañamiento es también una manera de realizar un trabajo transdisciplinar. Una manera de abrir perspectivas, de ampliar horizontes para la experiencia subjetiva.

Ya el significado etimológico del diálogo, dia-logos, «inteligencia a dos, intercambio de inteligencias o encuentro de inteligencias», hace referencia a un acto de comunicación a través del cual se consigue un conocimiento nuevo, se descubre conjuntamente algo más de lo que se puede descubrir solo. (El diálogo estratégico, p. 11)

Cabe señalar, como comentario final, que tanto la American Philosophical Practitioners Assosiation (creada y dirigida por Lou Marinoff) como la National Philosophical Counseling Assosiation, coinciden en la cercanía que puede haber entre las técnicas y objetivos de este tipo de práctica filosófica y la psicología. De manera que esta frontera entre el acompañamiento filosófico y la psicología en sus distintas vertientes no es sino una zona fértil para encontrar modos de colaboración y enriquecimiento mutuo. Todo en beneficio de una subjetividad humana que demanda una mejora, un cuidado, una cura. La formación filosófica se puede enriquecer con elementos de psicología y viceversa. Es por eso que la filosofía es una buena compañera que respeta los límites sin que por ello deje de tener algo que decir en esa zona de encuentro y de frontera. Si te interesa conocer esta vertiente de erototerapia contacta conmigo para iniciar un acompañamiento.

 

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