El miedo es una emoción primaria. Se trata de una respuesta ante la presencia de un peligro o amenaza, aunque no siempre se trate de algo real. ¿Cómo enfrentar los miedos? La respuesta intuitiva apunta al valor que se le opone: con coraje, dando la cara al peligro y la amenaza. Pero esto se dice desde la comodidad de un estado emocional en total calma. Enfrentar los miedos estando bajo los influjos de la emoción es una tarea que inquieta y supone un verdadero esfuerzo. Además, tendríamos que decir que no es lo mismo enfrentar un miedo cuando aquello que lo provoca no tiene un rostro claro en la realidad.
¿Cómo enfrentar los miedos que surgen del imaginario? Lo primero que habría que hacer es construirles un rostro. No podemos dar la cara a lo invisible. Si lo concreto nos genera miedo, aquello que carece de rostro nos resultará completamente pavoroso. Dicho de otra manera: dar la cara a lo invisible es un salto todavía lejano para quien primero tiene la tarea de encontrarse con el objeto de su emoción. No por nada las películas de horror ocultan el rostro del espectro tanto como les es posible. Una vez que queda revelado este misterio el espectador puede irse habituando poco a poco a la presencia hasta que ésta pierde parte de su efecto.
¿Cómo enfrentar los miedos? La biología tiene la palabra
Antes de seguir avanzando habría que tener en cuenta un aspecto muy importante. Para ello tenemos que darle la palabra a la biología y así entender que el miedo es también un mecanismo de todo ser vivo. Hay, por tanto, una base biológica del miedo en el que éste muestra su papel dentro de un complejo proceso adaptativo. El miedo, en este sentido, es una reacción que busca la supervivencia. Su objetivo es el de buscar seguridad y protección a fin de conservar la vida. Es así como podemos dar un primer paso rumbo a la posibilidad de hacer frente a aquello que nos atemoriza: reconocer su intención positiva dentro del esquema de la vida.
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El temerario, como bien sabía Aristóteles, es aquel que se excede en el coraje y arriesga la vida. El verdadero trabajo está en encontrar el justo medio que es el hogar de la virtud. Enfrentar el miedo implica reconocer que aquello que lo genera está siendo identificado por nuestro organismo entero como una amenaza. Con esto quiero dejar claro que hay que abandonar la idea de que el miedo es una señal de debilidad. El miedo es, en todo caso, un signo de astucia. Se trata de un guiño de la vida que busca permanecer y hace lo necesario para alertar del peligro. El miedo, entonces, es parte de la inteligencia del cuerpo que valora la vida.
Desmontando las historias
Ahora bien, resulta claro que la mayoría de las veces el miedo que enfrentamos no representa una verdadera amenaza a nuestra vida. No obstante, resulta más que pertinente saber que su presencia responde a esta arraigada costumbre del cuerpo a protegerse. De aquí que la primera pregunta que podemos hacernos ante el miedo es: ¿de qué quiero protegerme? ¿Qué es lo que amenaza de verdad mi seguridad? Entramos entonces a un terreno donde comenzaremos a desmontar historias. Siempre y cuando tengamos la disposición a decirnos a nosotros mismo la verdad.
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¿De qué me estoy protegiendo? Podría ser del ridículo, del juicio de los demás, del fracaso o del dolor de perder una relación. El truco está en llegar tan a fondo como sea posible. Detenerse a mitad de camino nos asegura mantenernos en esa cueva de seguridad que nos hemos construido. Eso sí, sabiendo siempre que la reacción no muestra nada más que una natural tendencia a evitar el dolor que pone en peligro la integridad, aunque sea solamente desde un punto de vista psíquico. ¿Qué situación es la está encendiendo las alarmas del miedo? Desmontar historias para poner un rostro claro delante de nosotros al que podamos hacerle frente.
La perspectiva del Sileno
Hemos reconocido la función del miedo y con ella se hace evidente su intención positiva: el cuidado de uno mismo y la integridad. El miedo, por tanto, tiene una cara prudente. Desde aquí es más sencillo dialogar con él. Hemos de interrogarle para extraer el objeto que lo produce, aquello que le inquieta de verdad. Una vez desmontada la historia y teniendo frente a nosotros ese verdadero rostro del miedo hemos de escuchar aquella famosa frase atribuida a la figura mitológica del Sileno: «lo mejor para el hombre es no haber nacido, pero ya que lo ha hecho lo mejor es morir pronto». Algo que recuerda también las palabras de Segismundo en La vida es sueño: «El delito mayor del hombre es haber nacido». Una dura sentencia que, no obstante, tiene un efecto terapéutico.
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Ante el rostro de aquello que nos genera miedo siempre podemos preguntarnos con el mismo cinismo del Sileno: ¿qué es lo peor que puede pasar si esto acontece? Te animo entonces a hacer un listado, a dar rienda suelta a la imaginación para dibujar todos los escenarios posibles. Luego vuelve a cada uno de ellos y repite la pregunta: ¿qué es lo peor que puede pasar si este escenario se vuelve realidad? Ve hasta el fondo y comprende mejor la protección que quiere brindarte el miedo. Indaga hasta que queden solamente dos posibilidades: o bien el miedo se ha diluido porque has encontrado un absurdo o el miedo se transformará en un aliado al que puedes recibir sin remordimiento y con un profundo agradecimiento por la alerta que te ha enviado.
¿Cómo enfrentar los miedos? Reconociéndolos, dándoles su justo lugar en el complejo mecanismo de nuestra mente y nuestro cuerpo. Algunas veces enfrentarlo te llevará a crecer dando un paso donde no creías que fuera posible. Otras podrás reconocer que se trata de un miedo justo, de uno de los rostros de la prudencia. De cualquier manera podrás vivir de manera más tranquila cada una de las situaciones. Si necesitas ayuda adicional ponte en contacto conmigo que un acompañamiento filosófico podrá darte más herramientas para dar un sentido a lo que estás pasando. Mientras tanto no queda sino decir: ¡buena vida!
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El valor, la valentía, se produce cuando el dolor presente es superior al dolor que se prevé en el futuro.
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Mi querido ratón, sin duda el dolor es una palanca importante para mover a la acción. Pero bien sabemos que se trata de una de alcance limitado. El amor, por el contrario, tiene una fuerza que perdura en el tiempo. ¡Abrazo roedor!
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